No sorprende que la gente, tanta gente, haya salido a las calles el pasado siete de abril. Hay tantas causas como caminantes. Millones de quejas, angustias y reclamos para millones de hombres y mujeres, jóvenes y viejos.
Con ello, y es lo primero, se nota la fragilidad de las encuestas que, magnificadas por los grandes medios de comunicación, nos hablan del mejor vividero del mundo gobernado por el mejor presidente del mundo, hasta el punto de que ya alcanzan –el país y el presidente- el 100% ¿Imposible? Para el mundo mágico de los medios, no. Para el mundo real, el que se puede escuchar y ver cantando y marchando en las calles de Bogotá, Medellín, Arauca, Arauquita, Tame, Saravena, Fortul, imposible que haya tanta aceptación cuando hay tantos problemas y tanta inconformidad.
El siete de abril se hizo una encuesta de verdad con personas de carne y hueso que soportaron todas las penalidades y muchas arbitrariedades para poder decir a grito pelado que no aceptan que se despoje de sus regalías a los habitantes de los departamentos y municipios productores y transportadores de petróleo y minerales para que hagan su agosto los bancos norteamericanos –sí, los que catapultaron el mundo a la crisis-, ya que una gran parte de las regalías se va a quedar fuera del país depositada en esos bancos y para asegurar la deuda que Colombia tiene con esos bancos; las corporaciones multinacionales y los contratistas de las concesiones viales –sí señor, los que se vienen robando la plata de los peajes y de los contratos prevalidos en la alcahuetería del Gobierno Nacional- entre otros beneficiarios de las inversiones que hará ese Gobierno con la plata de la salud, la educación y el agua de la gente de los departamentos productores.
La inmensa muchedumbre de jóvenes cantó su decisión de no permitir que los señorones de la Casa de Nariño arrasen la universidad pública convirtiendo la educación superior en un coto de caza para los mercaderes de las instituciones con ánimo de lucro gringas.
Los maestros, padres de familia y estudiantes de secundaria se manifestaron en todo el país en apoyo al pliego de peticiones presentado por FECODE, cuya principal bandera es impedir que el Gobierno Nacional privatice colegios y escuelas públicas para que hagan su agosto los mismos mercaderes, qué coincidencia.
El Gobierno de Santos ha querido en su insaciable deseo de imponer de una lo que falta de neoliberalismo cazar todos los pleitos posibles. Por eso el Plan Nacional de Desarrollo es un bazar persa de medidas y, como lo anotara el senador Robledo, ni es Plan –porque no planifica la economía sino que la deforma-, ni es nacional –porque está al servicio de intereses extranjeros- y mucho menos es de desarrollo –sino todo lo contrario, de atraso y miseria-. Y a la par de ese frankenstein pululan otros proyectos de ley, auténticos engendros, como la reforma de la ley 30, tan letal que es capaz de empeorar una ley bastante mala para convertir la educación superior en un coto de caza de instituciones con “ánimo de lucro” que, al decir del propio rector de la Universidad Nacional, son sinónimo de mala calidad aquí y en Cafarnaúm.
Pero la ambición rompe el saco. Las marchas del siete de abril han mostrado las potencialidades de la lucha popular. Se han tensado las fuerzas. El magisterio colombiano tiene como única posibilidad ante el abismo que le ofrece Santos el Paro Nacional Indefinido. Los Departamentos productores de petróleo y minerales están listos para nuevas movilizaciones, hastiados como están del saqueo de las multinacionales y del despojo que a ciencia y paciencia quiere hacerles el Gobierno Nacional. Los profesores, estudiantes, trabajadores y padres de familia de las universidades públicas y un número creciente de los de la Universidad privada acrecientan su organización y su claridad ideológica para derrotar la propuesta santista.